Es recomendable que una persona acuda a terapia cuando sienta que su día a día le provoca un malestar importante, que nada de lo que hace parece haberle ayudado, cuando tiene que consumir una determinada sustancia o realizar un determinado comportamiento para lidiar con su problema.
También cuando las personas que le rodean están preocupadas por su estado, cuando las relaciones están dañadas, cuando la persona se siente desconectada de las cosas con las que incluso antes disfrutaba, cuando sufre dolores recurrentes de cabeza, espalda, estómago o bajas defensas que no tienen explicación médica, o cuando se ha sufrido un trauma y no se puede dejar de pensar en ello. Además de eso, también es recomendable ir a psicoterapia cuando se tiene un deseo de cambio o de mejora personal, sin tener que esperar a que algo malo suceda.
Los motivos por los que una persona puede acudir a consulta son muy variados: desde problemas relacionados con los cuadros clínicos tradicionales (depresión, trastornos de ansiedad, esquizofrenia, trastornos de la conducta alimentaria o adicciones) hasta problemas menores, que, sin constituir propiamente trastornos mentales, reflejan una patología del sufrimiento o de la infelicidad. Entre ellos se encuentran el duelo por la pérdida de un ser querido, los conflictos de pareja o la ruptura de pareja no deseada, las dificultades de convivencia y educación con los hijos, las conductas violentas de los adolescentes, los problemas de estrés laboral, el sufrimiento de los inmigrantes, el dolor crónico, el cansancio por el cuidado de personas dependientes, las consecuencias psicológicas del daño cerebral en el enfermo y su familia, los grandes cambios vitales como la maternidad y paternidad, iniciar una nueva etapa de vida en un lugar nuevo, etc.
Esto es así porque, con ayuda del psicoterapeuta, la persona aprende a manejar emociones, gestionar los pensamientos negativos o dañinos, superar un temor, recuperar la motivación por aquello que antes le hacía sentir bien, mejorar las relaciones con los demás, aprender a tomar el control (o aceptar que no lo tenemos), crear y mantener hábitos saludables, reconocer y transmitir adecuadamente las emociones, comunicarse de forma eficaz, etc. lo cual da como resultado que ese malestar desaparezca, que la persona resuelva de forma eficaz sus conflictos y que progrese hacia lo que realmente quiere ser.