Alberto Arco, fotógrafo en Cantabria, donde reside, ha sentido pasión por la fotografía desde que tiene memoria. Incluso hoy, después de casi 25 años haciendo fotos, sigue sorprendido por la capacidad de detener el tiempo que tiene este arte. Le motivó y le sigue motivando cada día la capacidad que tiene este oficio de multiplicar los momentos felices que vive una persona.
Explica Alberto que somos felices al celebrar nuestra boda pero también volvemos a serlo cada vez que repasamos las fotos junto a amigos o familiares. Esto y el agradecimiento que reciben de aquellos que valoran su esfuerzo y se lo compensan con un abrazo y unos ojos llenos de emoción es la principal razón por la que ama su trabajo.
Su estudio de fotografía está situado en Maliaño, localidad muy cercana a Santander. Cuentan con unas instalaciones muy amplias. Disponen de un estudio de casi 40 metros cuadrados con los más avanzados equipos de iluminación, en el que realizan los reportajes de interior. El resto de sus trabajos los llevan a cabo en el mejor escenario que puede soñar un fotógrafo: Cantabria, región que es un auténtico paraíso.
También tienen su propio taller de encuadernación y fotoacabado en el que diseñan y realizan sus propios álbumes, recordatorios, invitaciones y todo tipo de acabados para sus obras. Su trabajo se centra esencialmente en el reportaje social. Fotografían a las personas en los momentos más felices de sus vidas.
Empiezan por el embarazo, siguen con las primeras fotos del recién nacido, luego con su primera comunión y de vez en cuando se juntan todos los nietos y le regalan una foto de familia a los abuelos. También les encargan últimamente muchas fotos con las mascotas. Alberto afirma que esta última es una disciplina muy divertida y gratificante. En resumen, capturan esos momentos de felicidad y los convierten en inolvidables.
Lo que más me apasiona de la fotografía es su capacidad de retener y hacer durar eternamente un momento de nuestras vidas. En cuanto a la fotografía infantil, no lo decidí yo, lo decidieron mis clientes. Al parecer, tengo una capacidad innata para acercarme a los niños y captar su atención. Nuestros clientes lo han notado y por eso nos traen a sus hijos, nietos y sobrinos para que los retratemos. Quizá tenga algo que ver el hecho de que tengo tres hijos que son muy trastos ¡y que me mantienen en forma!.
Uso dos equipos Canon con ópticas de la misma marca, muy luminosas y de alta gama. Esto supone una gran inversión, pero con el paso del tiempo te das cuenta de que valen cada euro que cuestan.
¿Por qué uso este equipo?. Porque el esfuerzo que te supone un reportaje es el mismo con un equipo barato que con uno bueno, pero el resultado no. Y eso los clientes lo valoran.
Por lo que he visto a lo largo de estos años, la clave es que no tengan la sensación de estar haciendo algo demasiado serio o importante. Tanto los niños, como los adultos. Cuando consigo que se olviden de la cámara y se centren en disfrutar del momento, es cuando la sesión empieza a resultar divertida. Y luego, cuando al cabo de un tiempo nos volvemos a ver y me dicen que recuerdan con cariño la sesión, es cuando me confirman que nuestro trabajo ha superado sus expectativas.
Nuestro estilo es limpio y natural, el protagonista es el modelo. Los accesorios o atrezzos más importantes son sus expresiones. Casi todas nuestras fotos de estudio se hacen sobre un fondo blanco. Nuestros decorados se reducen a la mínima expresión.
Prefiero darle libertad a un crío para moverse por el plató, para saltar y correr detrás de un balón, que obligarlo a sonreír metido en un escenario en el que apenas se le ve. Tanto ese niño como sus padres preferirán recordar lo bien que se lo pasaron, antes que perdamos tiempo y esfuerzo tratando de impresionarlos con decorados recargados.
El arte del fotógrafo cántabro Alberto Arco apuesta por la autenticidad a la hora de plasmar las mejores emociones y los sentimientos más vívidos de los protagonistas de sus retratos. En las imágenes que captura el ojo fotográfico de Alberto la esencia siempre son las personas y los lazos visibles que los unen. La realidad se impone en una fotografía sin adulteración alguna, lo que hace que los retratados se reconozcan mejor y conviertan esas fotografías en parte de su patrimonio familiar, una auténtica colección de recuerdos de los mejores momentos de sus vidas.